TANQUES DE HOLLÍN | Cuento Inspirador – Basado en Hechos Reales.
En una empresa estatal Argentina de suministro eléctrico, un joven, comenzaba sus tareas, obteniendo el puesto más bajo que en aquel entonces se ofrecía.
Luis, proveniente de una familia muy pobre, incansablemente, había enviado decenas de hojas de vida (como le llamaban a los curriculums en aquel entonces), y había pedido a varios conocidos que ya trabajaban allí, que lo ayuden a ser entrevistado por la empresa.
Insistió tanto, que luego de unos meses, lo logró.
Su tarea, entre otras, era limpiar los enormes tanques de hollín, donde pasaban miles de cables por día que luego se colocaban en los postes y tendidos eléctricos de las calles.
Es por eso, que todos los días, llegaba a su casa completamente manchado, literalmente de pies a cabeza, y su madre, algo angustiada, al verlo le decía: “Hijo querido, estoy segura que llegará el día en que tu esfuerzo será valorado.”
Considerando la situación, Luis, se animó a pedirle permiso a su superior, para que le permitan bañarse en los vestuarios de la empresa.
Una noche, al entrar a su casa, miró a su madre y le dijo: “Mira mamá, estoy hecho una pinturita, ya no llegaré más bañado en hollín, porque...”
La madre, creyendo que lo habían ascendido, interrumpió feliz y sin pausa alguna, y afirmó: “Hijo querido, te ascendieron, yo sabía que este día llegaría.” Tal era su alegría, que Luis no supo cómo manejar la situación, fue así que asintió algo dudoso con la cabeza, festejando su falso ascenso.
Pasaron meses, en donde Luis, tardaba más en bañarse y limpiar minuciosamente sus manos, que lo que tardaba en limpiar uno de los tanques.
Era feliz viendo a su madre feliz, pero a la vez, estaba triste, porque era una persona noble, honrada, y lo angustiaba ocultar la verdad.
Muchas veces, le expresaba ese penar a Antonio, dueño del bar frente a la empresa, quien ya conocía la anécdota y le decía que lo que había hecho era razonable y entendible.
Luis, se había prometido a sí mismo, que le contaría a su madre la verdad, pero solo luego de agotar todos sus recursos y posibilidades para lograr un puesto mejor.
Un día, el encargado y superior de Luis, le pide que se acerque al portón de ingreso vehicular y lo levante a mano, ya que la persiana automática no funcionaba, y el director general necesitaba ingresar.
Siendo Luis el primero en llegar y el último en irse, el encargado principal le ordenó que se comunicara con el proveedor de cortinas para que solucione de forma urgente el desperfecto.
Él, acató la orden, pero antes, se dirigió a ver qué sucedía con el portón. Y fue así, que utilizando sus conocimientos y destreza, logró repararlo.
Agradecido por el permiso de uso de los vestuarios fuera de hora, quiso recompensar, y le dijo al superior que el desperfecto ya estaba resuelto.
A los pocos días, el alto directivo volvió a la empresa; bajó del auto, camino hacia el depósito donde Luis iba y venía constantemente, y le preguntó si estaría dispuesto a realizar en el transcurso de dos años, diferentes cursos administrativos.
Luis, no podía creer tan inesperado ofrecimiento.
Él, creía que el hecho de resolver el arreglo del portón, ahorrando esa suma de dinero a la empresa, había dado por resultado tal oportunidad.
Era tanta la duda, que se animó a preguntar. Sr. estoy más que agradecido, pero ¿Por qué me ofrece esto a mí?
El tiempo le responderá. -Dijo el directivo-.
A menos de cuatro años, Luis ya trabajaba en la oficina general. Luego en el piso de atención al público. Luego en las oficinas administrativas; y luego, el ofrecimiento de la jefatura.
Luis, era un compañero fiel, uno de los más respetados y queridos de toda la planta.
Él conocía como nadie cada rincón de la empresa. Su esmero y dedicación se hacían notar, y siempre estaba dispuesto a ayudar a quien fuese necesario, sin importar el cargo que tuviese.
Después de 40 años, se jubiló, y fue el mismo directivo, ya retirado, quien entregó en sus manos una medalla de oro, en reconocimiento a su arduo labor, y dedicación a la empresa.
En su último día, organizaron una reunión de despedida, y Luis invitó a Antonio a que se cruce e ingrese al salón de la empresa para vivir con él ese momento.
El ex directivo, después de breves pero sentidas palabras, pidió un aplauso a los más de 300 empleados, que emocionados y agradecidos, correspondieron unánimemente.
Luis, miró a Antonio y le dijo. “La verdad, cambiaría esta medalla y aplausos, por la oportunidad de ver la cara de mi madre, y contarle, que el ascenso llegó, aunque unos años más tarde.”
El ex directivo, que estaba a unos pasos, quiso saludarlo y despedirse, y acercándose, le dijo: Luis, ¿Se acuerda Ud. lo que me preguntó el día que yo le ofrecí una oportunidad de ascenso?
Vea Luis, cuando yo ingrese a esta empresa, lo hice igual que Ud; desde el puesto menos deseado, pero soñando en grande.
En ese mientras tanto, también fui cajero de atención al público.
Recuerdo a su madre, como a muchos de otros clientes, y es lógico que Ud. no lo sepa, pero ella siempre venía a saldar sus boletas y dejaba caramelos y sonrisas para todos.
Ella decía fervientemente, que algún día su hijo, trabajaría en esta empresa.
Ud. ganó cada uno de sus ascensos, y ha llegado a uno de los cargos jerárquicos más altos, pero fue por su madre y su carta de recomendación, que yo le brindé la oportunidad de ascenso aquel día.
¿Cómo? Perdón, pero ¿Carta de recomendación? -Preguntó sorprendido y extrañado Luis.-
Sí, su madre fue quien lo recomendó, ¿No me va a decir que nunca supo eso?
Luis, quedó enmudecido al enterarse de lo que su madre le había ocultado. ¡Es más!, -dijo el ex directivo-, respondí de puño y letra esa carta, e hice entrega en mano a su madre.
Fue exactamente el día en que Ud. logró, con esfuerzo, y esmero, su tan merecido y ansiado ascenso.
De hecho, aún recuerdo las palabras de su madre. ¡Por favor!, dígame cuáles fueron, -le dijo Luis-, mientras su amigo Antonio veía en sus ojos brotar algunas lágrimas.
Su madre escribió: “…y es por eso que NO le recomiendo a mi hijo, sino, a un joven niño adulto, que llega muy tarde de trabajar, porque su última tarea del día, es entrar aseado y perfumado, con un ambo azul y zapatos lustrados, que solo usa unas pocas cuadras al día. Y no lo hace para aparentar un ascenso, sino, para que yo siga creyendo feliz, que por enviarlo a estudiar mecanografía, ya no limpia esos enormes tanques de hollín, porque ahora escribe a máquina en una oficina…”
#Reflexión del autor: “No importa cuán humilde sea nuestro comienzo, perseverar y hacer lo correcto eventualmente nos llevará a lograr nuestras metas; incluso, cuando creyendo que hacemos algo en contra de nuestros principios, siempre que sea por el impulso del corazón, será correspondido como una buena acción.”
TANQUES DE HOLLÍN | Cuento Inspirador – Basado en Hechos Reales.
Autor: Fernando Martín Hernández